Desde nuestra estación base en Zfat nos diriginos a la ciudad de Tiberias (Tiberiades). Viaje suave y levitado bajo el susurro de la música de Rav Guinsburgh. No hay noción de tiempo, y el viaje en coche es ingrávido. Llegamos a la tumba de Maimónides. Nos sorprende la gran estructura metálica situada sobre el conjunto de tumbas del complejo. Simboliza una corona en señal del respeto que se le profesa al Rabino. Los enormes ceibos floridos con chispeantes rubís a modo de estrellas, rodean el recinto; nos guían a lo largo del camino para que nuestro flujo curioso continúe andante, siempre hacia adelante. Llegamos a la tumba de Rabí Meir haNes. Como un faro que lanza señales luminosas para los extraviados, se muestra el edificio majestuoso donde reposa el tzadik. Está en lo alto de un montículo, dominando el paísaje de palmeras coronadas por golosinas de azúcar. El llamado mar de Galilea, el lago Kinéret, duerme a los pies del sublime lugar. Todo es azul , así que no es posible distinguir dónde termina el mar y comienza el cielo. Una neblina marrón insinúa otro país, pero nuestro color es el azul. No hay ojos para más. Seguimos la ruta del celeste. Subimos, sin vértigo, los peldaños de una escalera supendida en el aíre, pues nuestra expectiva es elevada. Arribamos a otro complejo de tumbas, de difícil acceso si no se va motorizado. Nos esperan, El Ramjal y El Akiva ... ¡Cuánto honor!
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